RED 113 MICHOACÁN/Lamberto
HERNÁNDEZ MÉNDEZ
ZACÁN (Los Reyes), Mich.- 31 de
octubre de 2016.- Una de las
tradiciones poco conocidas, es la que se celebra en esta comunidad la noche de
los fieles difuntos; una tradición que se cumple marcialmente desde hace muchos
años y que no ha sido difundida, tal vez por ignorar su origen y el
significado. Son pocas las personas que pueden platicar por qué un grupo de
jóvenes conocida como cuadrilla, al mando de un comandante y un capitán,
marchan y corren llevando en sus manos un arote simulando un arma larga, para
visitar la casa de los difuntos que han dejado este mundo terrenal durante el
último año.
Yo
mismo ignoraba este significado por lo que tuve que apoyarme con un amigo de la
infancia, compañero en la primaria y amigo de siempre, Arturo Oseguera
Huanosto, quien ha realizado una investigación sobre Los Soldaditos, una
especie de ensayo y con bibliografía del libro La Relación de Michoacán, de
Fray Jerónimo de Aguilar.
“… El espíritu indígena en busca de la mejor
ruta de traslado hacia los ignotos lugares de allende la muerte. Dado que esto
de la vida y la muerte sigue así, San Pedro Zacán no es la excepción. Ahora que
se establecen días de guardar, días feriados, días para esto o lo otro; con la
cercanía del uno y dos de noviembre, San Pedro Zacán se prepara para, unido,
tratar de encontrar el sendero más propicio para el descanso eterno de las
almas de sus difuntos. Todos participarán, unos con las acostumbradas ofrendas de
frutas, pan o licores del gusto, otros con la preparación de los nacatamales
que se habrán de repartir a los acompañantes,
otros pondrán la música, los más, a hacer el recorrido por todo el
poblado. Pero, sobre todo, se preparan los que habrán de representar a las
almas”, dice en su introducción Arturo Oseguera Huanosto.
Y
agrega: “Desde el tiempo todo, nadie lo recuerda con claridad, ya se tomaba al
soldado como figura representativa de las almas zacanenses en el viaje que
ellas hacen para encontrarse en el mar del olvido-reposo. A esas almas en pena,
algo las debe caracterizar; justamente las acciones de la soldadesca en las
batallas, hacen las veces de nuestras almas. Tal vez porque a los
españoles-soldados, cuando la susodicha conquista, se les permitía –con cierta
aura de divinidad–, cualquier acción sin que nada ni nadie pudiera reprenderles
por su proceder. O bien, porque el soldado simbolizaba para los indígenas la
cercanía con la disciplina, tal vez rectitud, quizá entereza, determinación y
fuerza. De allí el disfraz de alma-soldado. El agregado se concentra en las
cosas que más amaba en vida el difunto:
comidas, bebidas y música de su
preferencia”.
–
Señor, por aquí has de ir. Mira, no pierdas el camino.
De
esta manera se iba diciendo al gran Cazonci, después de que éste moría.
Llevábanle a media noche por toda la población con trompetas y grandes ochones
de ocote; todos señalando el camino que el alma del Señor debía de seguir en su
camino sin regreso. DE AGUILAR Fray Jerónimo. La Relación de Michoacán.
“Caído
el sol del uno de noviembre los señores jóvenes se reúnen en la plaza; los
músicos se buscan para acompañar a los soldaditos y los vecinos del poblado se
concentran para atestiguar la conformación de la cuadrilla: los más rápidos,
los más fuertes, los más intrépidos. Sólo once soldados, un comandante y el
capitán. El pelotón necesita armas, éstas se obtendrán de los arotes
(cañuelas) que han dejado las primeras
cosechas de maíz en los solares. Armados para defender su condición, con su
porte de militares y sus armas al hombro, hacen las primeras demostraciones de
fuerza, arrojo y disciplina en la explanada de la plaza. Las almas se
concentran en el centro de la vida cotidiana: la plaza del pueblo”.
–
¡Cuéntense! – ha dicho el capitán a los soldaditos, ¡Números! –, termina
diciendo al comprobar que están completos y que se puede iniciar el recorrido
por la población.
Prosigue
Oseguera Huanosto que, “visitarán las casas de los difuntos nuevos del ciclo
que se cierra con el noviembre actual. Se han puesto de acuerdo con el director
de la banda de música sobre el rumbo que facilitará el recorrido. Toda la gente
del pueblo está en espera; correrán los soldados, la banda entonará lo mejor
del repertorio de la música de San Pedro
Zacán y la gente acompañará a las almas-soldaditos en el camino que mejor les
sea señalado. Los soldaditos-almas no se cansan con las carreras, no se
emborrachan con sus licores escogidos, no se llenan nunca con sus comidas
preferidas y se extasían con la música de su agrado”.
“Esto
hacían después de enterrar al Cazonci, comer todos y engordar la tristeza. De
la misma manera, toda la gente acompañante de los soldaditos-almas, comerán los
nacatamales que en casa del difunto han preparado. La gente come y se
entristece. Los soldaditos, antes de hacer sus degustaciones, juegan con la
pena, tratando de borrar todo vestigio de dolor o de tristeza. Entraron por la
puerta y salieron por el solar; en sus carreras han incursionado en la cocina
apagando fuegos y tirando ollas, y, si en el camino encuentran tropiezos:
puertas, bancos, sillas, alambres, escaleras, montones de leña, grupos de gente
amotinada, etcétera, ya por medio de la
fuerza, ya por la agilidad, desbaratarán tales obstáculos, dejándolos, en la
mayoría de los casos, inservibles. Después beben lo que se les ofrece, comen
ofrendas y nacatamales y piden alguna melodía de sus predilecciones, saboreando
y gozando el tiempo que es exclusivo de su noche: la Noche de los Fieles
Difuntos”.
“Del ejército de almas que pueblan el tiempo, éste
grupo de «soldados de Dios», año con año marcará las rutas que les fueron
negadas en vida a los últimos difuntos y
que han regresado para que los vivos prestemos ayuda en su camino al eterno
reposo”, concluye el investigador.