CIUDAD DE MÉXICO 09/07/17
Tropicalísimo
Por
Arturo Arteaga
Ciudad de México a 09 de julio de
2017.-Sin cuestionar, William
Anthony Colón Román o simplemente Willie Colón, es uno de los músicos latinos
de mayor renombre en cuanto a ritmos afroantillanos contemporáneos se refiere.
Sinónimo de rebeldía, Colón nace en un barrio latino del Bronx, distrito de la
ciudad de Nueva York, alrededor de abril del año 1950. Criado por su abuela y
una de sus tías, Colón encontró en la desigualdad social y el gusto por la
música, el caldo de cultivo perfecto para a los once años de edad, aprender a
tocar el clarinete, posteriormente la trompeta y finalmente decantarse por el
trombón, instrumento que lo acompañaría hasta la actualidad y que le permitió
un sonido áspero y rudo dentro del circuito bailable.
A
los quince años forma su primera agrupación, y al siguiente año graba su primer
álbum, editado por Fania Records: El Malo. En este álbum nace la explosiva
dupla Héctor Lavoe-Willie Colón, la cual duraría ocho años y nueve discos.
Múltiples éxitos de la denominada Salsa (por cierto, nombre dado al género por
el locutor radial de la época Izzy Sanabria), fueron la cosecha de estos años,
tales como “Todo tiene su final”, “Abuelita”, “The Hustler”, “Jazzy”,
“Timbalero”, “Aguanile” (covereada hace algunos años por Marc Anthony), “Che
che colé”, entre otros tantos. Todos los discos de ésta época son, a título
personal, referentes del género obligados.
Posteriormente,
Colón se inmiscuye en distintos proyectos, siendo los más provechosos aquellos
al lado del panameño Rubén Blades (por cierto, quien inició su carrera como
corista y después junto a Tito Allen, como las voces de la orquesta de Ray
Barreto, otro nombre obligado si hablamos de salsa y Jazz latino). Temas como
“El cazanguero”, “Plantación adentro”, “Te están buscando”, “Lluvia de tu
cielo”, “Según el color”, “Tiburón” y sin duda el álbum “Siembra” del año 1978,
constituyen tan sólo por nombrar, algunos de los logros musicales más
connotados de la dupla. Por cierto, desde hace ya varios años, ésta pareja
musical continúa a la sombra de un pleito extraño, por lo que los millones de
salseros esperan que a la brevedad llegue la solución y las tarimas puedan
disfrutar de ambos en una que otra exhibición de calidad y nostalgia tropical.
Ahora
bien, desde los años ochenta y hasta la actualidad, salvo un periodo de casi
diez años posterior al dos mil, Willie Colón ha continuado trabajando y con
vigencia en los escenarios más exigentes del mundo, tanto en América como en
Europa y Asia. Parece que los años pesan y su más reciente gira lleva por
título “50 aniversario”. Los salseros y bailadores estimamos que posiblemente
el retiro de este gran músico, actor y político está cerca. De modo que
aprovechamos su más reciente visita a la Ciudad de México el pasado 2 de julio,
cuando se presentó en el Teatro Metropólitan (el mismo día, posterior a este
concierto, Colón deleitó a los rumberos en el Gran Forum de la misma ciudad). A
continuación, relataremos acerca de lo sucedido en el que quizá, sea uno de los
últimos conciertos de este “monstruo” de la música afroantillana.
19:00
horas – Centro de la Ciudad de México
Bajo
una lluvia copiosa, el centro de la ciudad continúa su ajetreo habitual, lleno
de ruido, gente que parece salir de los lugares más inverosímiles, autos que
brotan del asfalto mojado. Cerca de la Alameda central, la gente bajo los
paraguas e impermeables corre apresurada quizá con prisa por llegar a algún
compromiso, quizá sólo para no empaparse. La Torre Latinoamericana, que desde hace
algunos meses ya da la hora, aparece impoluta e inconmensurable. La avenida
Juárez fluye como la música que sale del equipo de sonido de un DJ, mientras
ameniza un baile callejero casi frente a lo que alguna vez fue el Hotel Regis.
La cumbia sonidera, la salsa y el reggaetón conviven con las nubes grises, la
humedad y el olor a esquites.
20:00
horas – Teatro Metropólitan
Quince
minutos antes de las veinte horas, arribamos a la improvisada fila que se
resguarda bajo algunas lonas y la marquesina del teatro, a la espera de entrar
al recinto artístico, inaugurado en los años cuarenta del siglo pasado.
Vendedores ambulantes, el café en vaso de unicel y las chamarras húmedas, al
compás de voces que preguntan “¿te sobran boletos? Yo te los compro”, engalanan
el aguarda. Cinco minutos después la fila parece tomar velocidad y avanza como
nuestras ansias por ingresar. En los escalones principales de la entrada la
revisión de boletos y corporal nos da la bienvenida. Ya dentro del teatro, en
el fondo se escucha en el sonido local un tema en salsa de Víctor Manuelle.
Miramos en panorámica el interior, finos toques de neoclasicismo a los costados
del escenario, con ornatos en color dorado y numeración estilo Manhattan en los
estribos de entintados asientos acogen a miles de personas que conversan, y de
dichas pláticas, dos grandes figuras de aparente mármol son testigos.
Unos
pasos más adelante, topamos con las filas de asientos, sin encontrar los
nuestros. Una de las encargadas de dicha misión sale en nuestro auxilio;
nuestra fila de asientos y por ende éstos mismos se encuentran aproximadamente
a tan sólo cincuenta metros del escenario, en la parte baja obviamente. Lugares
privilegiados aún sin ser de primera fila. Tomamos asiento y miramos el reloj.
Los boletos indican explícitamente, en el centro del cartón “20:00 hrs”, en un
negro absoluto. Las manecillas avanzan y muestran veinte minutos de retraso. En
todo este tiempo, pudimos percatarnos de una cuestión interesante: parece que
la impaciencia del salsero es incuestionable. Rechiflas, una que otra mala
palabra hacia el DJ que se encontraba en el escenario intentando
infructuosamente de ambientar el retraso. Los aplausos y exigencias de los
“salseros duros” y uno que otro acompañante que “nomás fue a escuchar la de Simón”,
parece que dieron sus frutos.
20:40
horas – Inicio del concierto
Por
fin las luces se apagaron. El equipo del DJ en el escenario es relevado por
unas manos que, por detrás de las cortinas color negro de extremo a extremo del
escenario, implantan dos atriles, ambos para los “alientos” que simbolizan al
maestro salsero. Las cortinas se abren y una luz tenue, al centro, ambienta el
griterío y aplausos de poco más de tres mil asistentes. Colón se presenta en
traje oscuro, con moño al cuello. Elegante. Su faz viste unos Ray Ban de
aviador, similares a unos que me ofrecieron a la salida del metro Bellas Artes
alguna vez. Saluda con las manos, ambos brazos lo más arriba que las hombreras
del saco le permiten.
“Buenas
noches México. Bienvenidos a mi quincuagésimo aniversario” Se presenta pues
Willie Colón; ovacionado en todo momento, lee en voz alta acerca de qué estamos
festejando, por qué estamos ahí, y de manera puntual qué es lo que lo ha
llevado a ser considerado un grande del género: su música. Su lectura es
acompañada por ligeros y armoniosos acordes del “cuatro”, instrumento de
cuerdas símbolo de Puerto Rico. Así que, sin más preámbulos, inicia el
concierto con el tema “Abuelita”, tema del año 1971, incluido en el disco “La
gran fuga”.
El
público presente pide temas, pero el repertorio ya está armado. La música
invita al baile, pero es un teatro que no permite tal actividad dado la breve
distancia entre asientos y filas de éstos. Sin lugar a dudas es un concierto
diferente. Y es que cuando se ha tenido la oportunidad de acudir a eventos de
este tipo, además de admirar a los ídolos musicales, se baila, pero aquí lo
principal es percatarse y observar, sentir y ver la música y la maestría de los
ejecutantes. Intentar disfrutar de lo bailable sin bailar. Tan sólo la punta
del pie va de arriba hacia abajo apenas rozando la alfombra granada del lugar,
imitando los golpes de la clave mientras suenan temas como “Asia” y “Sin
poderte hablar”, donde Colón da un guiño a un tema de Los Ángeles Negros.
Concierto para gente grande, vieja o añeja (dice una señora a un costado
mío) que aglutina indiscriminadamente a
diversas edades y nacionalidades, desde colombianos hasta argentinos y un par
de alemanes que se quedaron con las ganas de bailar.
Juan
Gabriel no ha muerto. Vive en su música que aún se escucha y hace vibrar al más
impermeable corazón. O al menos eso es lo que pensamos cuando Willie interpretó
el tema “Hasta que te conocí” (incluido en el disco de 1990 “Color americano”).
Nunca habíamos presenciado en vivo la interpretación de un bolero como éste con
tanto sentimiento; al compás de un solo de piano, mutis general del público,
expectante y lacrimosa en una que otra pareja que se abraza arrellanada en sus
lugares. Indudablemente un vibra especial.
“Calle
luna, calle sol” y su temática de barrio duro y mafia dieron lugar a la
esperada “El gran varón”, la del Simón. El público no dudó en levantarse de los
asientos, los pasillos no aguantaron más la presión y permitieron llenarse de
parejas, pegaditas para no interrumpir el baile ajeno o la visión de quienes no
cupieron en la improvisada pista. Muchos esperábamos un tema de Héctor Lavoe o
uno de aquellos hits con Rubén Blades. Tuvimos que esperar un poco. “Talento de
TV” inundó los espacios vacíos con bailadores nuevamente, posterior a
“Demasiado corazón”, tema de una telenovela mexicana de los años noventa, donde
apareció Colón como un agente en tan sólo dos episodios. “El Malo del Bronx”
mencionó respecto a este tema que “le traía buenos recuerdos de la Ciudad de México”.
Momento
aparte, algo así como un spin off emocional, se vivió cuando de pronto las
luces se fueron. Willie tomó la trompeta y ejecutó magistralmente el inicio de
la clásica “Lamento borincano” o comúnmente conocida como “El jibarito”, de
Rafael Hernández. Un silencio espectral se apoderó del recinto cuando al
finalizar este preludio, el maestro dio una indicación a la orquesta para
inmediatamente arrancar con “Idilio”… “Que a besos yo te levante al rayar el
día, y que el idilio perdure siempre al llegar la noche…”
Épico.
Y como sucede en estos casos, el artista se fue del escenario, más no la
orquesta, por lo que consideramos que volvería para más música. Cabe señalar
que en algún momento, Colón pidió permiso para “ir por un poquito de oxígeno”
tras bambalinas. Los años, la altura de la Ciudad de México, cincuenta años
dedicados al trombón y muchos de ellos al cigarrillo no impidieron que volviera
para deleitarnos con la magistral “Murga de Panamá”. Composición que data del
año 1971, cuando Colón presentó “Asalto navideño”, junto a Héctor Lavoe y Yomo
Toro. Cuenta la historia que este tema se le ocurrió a Colón cuando un día,
después de una presentación en el país canalero, a un costado del hotel donde
se hospedaban, escuchó a una banda militar entonar una melodía pegajosa, casi
cautivadora, de la cual se inspiró hacia la composición que hoy en día
conocemos: “Vamos a bailar la murga, la murga de Panamá”. Lavoe andaba por el
escenario.
22:
40 horas – fin del concierto
Dos
horas casi exactas fue lo que duró. Valió la pena. Esperar cinco años desde su
última visita a la CDMX ha valido cada kilómetro recorrido por su servidor
hasta el Teatro de la calle Independencia en la colonia Centro de la delegación
Cuauhtémoc. Revivir viejas memorias y entonar añejos cánticos tropicales quizá
por última ocasión. Y es que en verdad, desconocemos si el “Trombón de oro”
volverá a “colonizar” éstas tierras. Mientras tanto aquellos que tuvimos la
oportunidad de ir y volver a nuestros hogares tendremos el privilegio de amanecer
con alguna de sus canciones en la cabeza y recordar aquel momento en que algún
guiño, una anécdota, un paso de baile o un además hizo vibrar a la tribuna
tanto como sus acordes más famosos.