MORELIA 02/12/2020
COLUMNA Ágora
Dos años sin un gobierno claro
Jaime Martínez Ochoa/Red 113
Morelia, Mich.- 2 de diciembre de 2020.- A dos años
del gobierno federal, cabe hacerse la pregunta: ¿Hoy las condiciones son
distintas que cuando inició la administración? O bien: ¿Yo, como ciudadano me
siento más seguro, con una situación económica más estable, con perspectivas
favorables de cara al presente y al futuro? La otra: ¿AMLO es un presidente
diferente a los que hemos padecido?
Aquí de lo que se trata no es de que la respuesta
varíe según si la emite un simpatizante o un detractor del presidente. Por el
contrario, se debe hacer un ejercicio muy frío, en el que las pasiones no
tengan cabida, si es que esto es posible.
Y la realidad es que por más que se diga que hoy las
cosas son mejores o que ha habido un avance sustancial, que se sienta en el
estado de ánimo de los ciudadanos, la verdad es que no es así. Más bien se
tiene la impresión de que a AMLO le ha ocurrido lo que a todos los presidentes:
Una es la realidad que ellos enarbolan, otra la que vivimos los ciudadanos.
Por ejemplo, si hemos de seguir el discurso de AMLO,
en México ya no existe la corrupción ni el nepotismo, avanza la distribución de
la riqueza, se respeta la libertad de expresión, ya no hay ejecuciones, se
valora la lucha de las mujeres, hay crecimiento en las cifras del empleo. Si
hay algo mal, esto se debe a que los enemigos del presidente, los
conservadores, alimentan este tipo de percepciones.
Sin embargo, más allá de la opinión que tengan los
detractores, que a la hora de criticar suelen ser tan apasionados como los
simpatizantes, lo cierto es que en el país no se advierte nada que puede
considerarse una evolución. Más bien se tiene la impresión de que estamos
atorados en una tierra de nadie, en la que prevalecen los viejos vicios y las
promesas siguen sin cumplirse.
Y esto se debe, en gran medida, a que el presidente,
pese a lo que diga, ha tenido una actitud más restauradora que revolucionaria.
Todas las innovaciones que ha emprendido han tenido como objetivo quitarse de
encima la presión de los anteriores gobiernos, a veces sin mucho sentido, más
que impulsar una verdadera trasformación, pese a que esta sea la consigna de su
gobierno.
AMLO ha estado más ocupado en aliviar
resentimientos, echar culpas, adoctrinar, victimizarse, que en forjar un gobierno
para todos que por fin haga realidad el siempre deseado sueño del progreso. En
su idea de ejercer como padre de la patria, se ha olvidado que hay necesidades
apremiantes que se deben atender de inmediato.
Una de las pocas cosas que no cambian es su alta
popularidad, pero esto también es su talón de Aquiles, pues es difícil que, con
tantas mañaneras, con tanta exposición pública, el presidente no sea popular.
Por de faul, mucha gente creerá en lo que dice no porque sea cierto sino porque
lo dice él. Pero la popularidad, ya se sabe, no es garantía de nada: se puede
pulverizar en cualquier momento.
Así que, volviendo a las preguntas iniciales,
podemos decir que, desde la óptica ciudadana hoy las condiciones no son
distintas a hace dos años, pues seguimos enfrentando los mismos problemas de
antes y, en lo que respecta a AMLO, no hay hasta el momento un signo que nos
indique que el presidente es mejor o diferente a los otros.
México no ha tenido su primavera, hasta la fecha. El
presidente se ha limitado a quitar uno que otro tabique de la casa que le
dejaron, reparando esta pared, quitando algunos colores, poniendo otros, pero,
en esencia, la casa sigue siendo la misma, una casa en permanente construcción,
con una democracia incompleta y con sueños y anhelos que siguen siendo eso.
¿Qué dos años son pocos? Sí, pero no para un presidente que prometió que en los primeros meses de su mandato las cosas serían diferentes. Entonces hay que lanzar otra pregunta al futuro: ¿Cuándo empezaremos a ser un país distinto, no como Dinamarca, sino como este que tenemos, pero más justo, más igualitario, más democrático y plural?