viernes, 11 de julio de 2025

Economía moral y cooperativismo: una alianza para el bien común

 Economía moral y cooperativismo: una alianza para el bien común



Por: Alejandro Martínez Castañeda


En un mundo marcado por crecientes desigualdades, crisis ecológicas y pérdida de confianza en las instituciones económicas tradicionales, la alianza entre economía moral y cooperativismo se presenta como una alternativa viable y transformadora. No se trata solo de corregir los excesos del mercado, sino de imaginar y construir formas nuevas de organizar la economía, donde el centro sea la dignidad humana y la justicia social.


La economía moral y el cooperativismo comparten una base ética que prioriza el bienestar colectivo, la justicia social y la reciprocidad sobre el lucro individualista. La economía moral se refiere a las normas y valores que regulan las prácticas económicas en una comunidad, enfatizando la equidad y la protección de los derechos básicos de subsistencia. Por su parte, el cooperativismo es un modelo económico y social basado en la propiedad colectiva, la gestión democrática y la solidaridad entre sus miembros. 


Ambas propuestas, aunque surgidas en contextos históricos distintos, comparten una visión ética de la economía, centrada en las personas, el bienestar colectivo y la solidaridad. Su encuentro no solo es natural, sino también necesario en tiempos donde los modelos económicos convencionales muestran signos evidentes de agotamiento moral y social.


La economía moral surge de la resistencia de las comunidades frente a prácticas económicas percibidas como injustas, como el alza desmedida de precios de bienes esenciales en la Inglaterra del siglo XVIII. Estas comunidades no solo buscaban satisfacer necesidades materiales, sino defender un orden social donde los intercambios económicos respetaran principios de reciprocidad y justicia. Este enfoque ético encuentra un eco directo en el cooperativismo, un movimiento que se originó en el siglo XIX con iniciativas como la Sociedad de los Pioneros de Rochdale, que buscaban contrarrestar los efectos negativos del capitalismo industrial mediante la creación de empresas colectivas.


El cooperativismo, al igual que la economía moral, rechaza la maximización del beneficio individual como el único motor económico. En lugar de ello, las cooperativas se guían por principios como la democracia interna, la equidad en la distribución de beneficios y el compromiso con la comunidad. Por ejemplo, una cooperativa de consumo no solo busca ofrecer productos asequibles, sino también garantizar que sus prácticas comerciales reflejen los valores compartidos de sus miembros, como la sostenibilidad o el apoyo a productores locales. En este sentido, el cooperativismo puede considerarse una expresión práctica de la economía moral, ya que institucionaliza sus ideales en estructuras organizativas concretas.


Además, el cooperativismo introduce prácticas que desafían la lógica individualista del mercado tradicional. En lugar de competir ferozmente por recursos escasos, promueve la colaboración, el intercambio de conocimientos y la creación de redes solidarias. En este sentido, es un espacio donde florecen las prácticas de la economía moral: decisiones consensuadas, beneficios repartidos justamente y preocupación genuina por el bienestar común.


A pesar de sus afinidades, la relación entre economía moral y cooperativismo enfrenta retos en el mundo contemporáneo, dominado por la globalización y el neoliberalismo. Uno de los principales obstáculos es la presión competitiva del mercado capitalista. Las cooperativas, al operar bajo principios éticos, pueden enfrentar dificultades para competir con grandes corporaciones que priorizan la reducción de costos y la maximización de beneficios, a menudo a expensas de los trabajadores o el medio ambiente. Por ejemplo, una cooperativa de productores locales puede tener dificultades para competir con cadenas de supermercados que importan productos a menor costo.


Asimismo, la falta de conciencia sobre el cooperativismo limita su alcance. En muchas regiones, los consumidores y trabajadores desconocen los beneficios de este modelo, lo que dificulta su expansión. La economía moral, al depender de normas culturales compartidas, también puede perder fuerza en sociedades cada vez más individualistas, donde los valores neoliberales predominan.

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