Aprender a cooperar: la pedagogía de la economía solidaria
Por Alejandro Martínez Castañeda
En distintos rincones de México, desde las comunidades rurales hasta las universidades, crece una forma distinta de entender la educación y la economía: la pedagogía de la economía solidaria. Un modelo que enseña a producir, intercambiar y convivir con base en la cooperación, la equidad y el bien común, más que en la competencia o el lucro.
La pedagogía de la economía solidaria es un proceso educativo transformador que busca desarrollar en las personas y comunidades las capacidades para construir una economía cuyo objetivo último no solo sea la eficiencia económica, sino la construcción de una sociedad más justa y democrática.
Esta pedagogía se sustenta en los mismos principios de la economía solidaria, pero aplicados al proceso de aprendizaje, a saber:
• Primacía de las personas sobre el capital: El proceso educativo se centra en el desarrollo integral de la persona y la comunidad, no en la formación de recursos humanos para el mercado. Se valora el saber popular y los conocimientos previos de todos.
• Cooperación vs. competencia: Fomenta el aprendizaje colaborativo, el trabajo en grupo y el apoyo mutuo. Se aleja de la lógica de competencia y ranking típica de la educación tradicional.
• Democracia y participación: Promueve una educación horizontal, donde todos (estudiantes, facilitadores, comunidad) son sujetos activos en la construcción del conocimiento. Las decisiones sobre qué y cómo aprender se toman colectivamente.
• Vincular la teoría con la práctica (Praxis): El aprendizaje no se queda en el aula. Se basa en "aprender haciendo" a través de experiencias reales: gestionar un huerto comunitario, una cooperativa, un banco de tiempo, etc. La reflexión sobre la práctica es clave.
• Sostenibilidad de la Vida: Integra la conciencia ecológica y el cuidado del medio ambiente como un pilar fundamental del aprendizaje. Enseña que la economía debe estar al servicio de la vida en todas sus formas.
• Interculturalidad: Reconoce y valora los distintos saberes, prácticas económicas y visiones del mundo, especialmente aquellas que han sido marginadas por el pensamiento económico dominante.
Este enfoque —inspirado en la educación popular latinoamericana y en pensadores como Paulo Freire— propone que el conocimiento se construye desde la práctica colectiva, a partir de las experiencias concretas de quienes trabajan, producen o se organizan en comunidad. No se trata solo de enseñar economía, sino de formar sujetos solidarios, críticos y conscientes de su entorno.
En México, la pedagogía de la economía solidaria ha tomado fuerza gracias a universidades, organizaciones civiles y cooperativas que buscan alternativas al modelo económico dominante. La UAM-Xochimilco y la Universidad Autónoma Chapingo han acompañado procesos educativos en comunidades campesinas, fomentando la organización cooperativa y la agroecología como estrategias de autonomía económica. En paralelo, el Instituto Nacional de la Economía Social (INAES) ha colaborado en proyectos de formación dirigidos a cooperativas, donde la enseñanza se basa en la práctica y la autogestión.
Pero quizá las experiencias más valiosas ocurren fuera de las aulas. En Oaxaca, Chiapas, Michoacán y Veracruz, cientos de grupos de mujeres artesanas, cooperativas cafetaleras y productores locales aprenden día a día los principios de la economía solidaria en su propia práctica: decidir en colectivo, compartir ganancias de forma justa y proteger los recursos naturales. En esos espacios, la pedagogía no viene de un maestro, sino de la sabiduría comunitaria que enseña a colaborar y a resistir.
La pedagogía de la economía solidaria tiene la misión de asegurar que no solo se creen estructuras económicas alternativas (cooperativas, redes de consumo, etc.), sino que se formen sujetos críticos y solidarios capaces de sostenerlas y darles vida. Es, en esencia, una educación para la ciudadanía económica activa y la construcción de un mundo más justo y humano.